El caso de Cristian no es un hecho aislado. En los últimos meses, diferentes barrios de Malabo y Bata han sido escenario de episodios de violencia que involucran a jóvenes y adolescentes. Peleas con armas blancas, robos violentos y amenazas se han vuelto demasiado frecuentes. Lo que antes eran simples conflictos barriales, hoy se transforman en tragedias irreparables.
Por: José Alfonso Ondo
Como cualquier niño de su edad, Pascual Endaman Nguema Etom, conocido cariñosamente como Cristian, soñaba con ser alguien de provecho en el futuro. Contaba a sus padres que estudiaba con empeño para lograr convertirse en médico. Con apenas 15 años, cursaba 3º de ESBA en el INES Rey Malabo y, además, era jugador destacado de un equipo juvenil de la capital, con dos medallas como mejor jugador en competiciones inferiores.
Nacido en Malabo el 22 de agosto de 2009, natural de Miyobo-Esakora, era el primero de los dos hijo de Bernadita Etom Bibang. Más allá de los libros y las aulas, Cristian encontraba en el fútbol una pasión que lo llenaba de vida. Sus compañeros lo describen como disciplinado, alegre y soñador.
Sin embargo, el sábado 13 de septiembre de 2025, esos sueños quedaron rotos. Tras disputar un partido de fútbol, Cristian fue apuñalado por un vecino suyo, identificado como Jefri Gigas, en el barrio de Santa María 3, donde vivía desde que apenas tenía un año. La noticia se propagó con rapidez, dejando consternada a toda la comunidad.
La muerte de Cristian debe interpretarse como una alarma nacional. La violencia juvenil en Guinea Ecuatorial está creciendo y amenaza con socavar los cimientos de la convivencia social. ¿Qué futuro puede esperar un país cuando sus niños y adolescentes, en lugar de crecer protegidos, se ven expuestos a la inseguridad en sus propios vecindarios?
Es urgente que las familias, las comunidades y las autoridades trabajen de manera conjunta en la prevención. No basta con reaccionar ante la tragedia; se necesitan políticas firmes de protección a la infancia, programas educativos que fomenten valores de paz y medidas de seguridad más efectivas en los barrios.
Cristian no solo era un estudiante y un jugador prometedor. Era un hijo, un amigo, un compañero de equipo. Su pérdida duele y debería abrir los ojos a todos: cada niño que perdemos a la violencia es un futuro que Guinea Ecuatorial deja escapar.
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